El verano de 1985, el mundo seguía girando con la despreocupación de una época más simple, marcada por la música pop, las películas de aventuras y el optimismo de la familia. Para Fernanda Chen, una madre soltera que había emigrado de China a California en busca de un futuro mejor, ese verano era la culminación de un sueño. Había trabajado turnos dobles en una fábrica textil, ahorrando cada centavo para llevar a sus hijas gemelas, Mariana y Liliana, a Disneyland para celebrar su duodécimo cumpleaños. Las niñas, idénticas en apariencia con sus coletas y lazos amarillos, eran el centro de su universo.

El 15 de julio, el día de la visita al parque, el ambiente era perfecto. El sol de California brillaba sobre el castillo de la Bella Durmiente y la risa de los niños llenaba el aire. La familia Chen, una pequeña isla de felicidad en medio del bullicio, se sumergió en la magia. Fernanda, con su cámara Kodak, capturaba cada momento, cada sonrisa, sin saber que estas imágenes serían las últimas de sus hijas con vida.

Alrededor de las 3 de la tarde, las gemelas, emocionadas, pidieron una foto con su personaje favorito: Mickey Mouse. Un empleado, bajo el icónico disfraz, posó con ellas, haciendo gestos divertidos que las hicieron reír. Fernanda tomó varias fotos, un recuerdo fugaz de un día que parecía ideal. Fue en ese preciso instante que una necesidad urgente la obligó a ir al baño. El empleado de Mickey Mouse le aseguró que cuidaría de las niñas durante los pocos minutos que ella se ausentaría. Confiando en el entorno seguro de Disneyland, Fernanda se marchó. Apenas siete minutos después, regresó al lugar.

El horror la golpeó de lleno. El lugar donde había dejado a sus hijas y al personaje de Mickey Mouse estaba vacío. Una búsqueda desesperada por los alrededores no arrojó resultados. Fernanda corrió, gritando los nombres de Mariana y Liliana, su voz ahogada por la angustia. La seguridad del parque fue notificada y la policía de Anaheim llegó a las 4:30 p.m., iniciando una investigación que, sin saberlo, se convertiría en uno de los casos más frustrantes y desgarradores de la historia.

La investigación inicial se vio plagada de obstáculos. La vasta multitud del parque, la falta de cámaras de seguridad en puntos clave y el hecho de que nadie podía identificar al empleado bajo el disfraz de Mickey Mouse, complicaron la búsqueda. Varios empleados que habían interpretado al personaje ese día fueron interrogados y pasaron las pruebas de polígrafo. La policía no logró encontrar ninguna pista significativa, y el caso, para gran angustia de Fernanda, se fue enfriando. Los medios de comunicación locales mostraron las fotos de las gemelas con sus sonrisas inocentes, la comunidad china se movilizó para ayudar, pero las pistas se agotaron.

A pesar de que el caso fue archivado en 1995, diez años después de la desaparición, Fernanda se negó a rendirse. Desarrolló un trastorno de estrés postraumático severo, pero en lugar de buscar ayuda, canalizó su dolor en una búsqueda incansable. Cada año, en el aniversario de la desaparición, visitaba Disneyland, llevando volantes con la imagen de sus hijas, ahora actualizados con proyecciones de cómo se verían al crecer. Su apartamento se convirtió en un santuario de la memoria, con mapas, recortes de periódicos y sus propias teorías meticulosamente documentadas. Para el mundo, el caso se había convertido en un recuerdo lejano, una trágica nota a pie de página en la historia de Disneyland. Para Fernanda, era una herida abierta.

El giro del destino, después de casi tres décadas de silencio, llegó en marzo de 2013. Un equipo de construcción que trabajaba en una nueva línea de metro en Anaheim, a unas dos millas de Disneyland, hizo un descubrimiento espeluznante. Mientras excavaban cerca de un drenaje abandonado, sus máquinas desenterraron algo que no era escombros. Fragmentos de tela descolorida y pequeños huesos de lo que parecían ser niños. El capataz, Frank Morrison, detuvo inmediatamente los trabajos y llamó a las autoridades.

La escena fue acordonada. El equipo forense del condado de Orange, trabajando con la precisión de cirujanos, extrajo los restos. Lo que encontraron los horrorizó: dos esqueletos pequeños, la edad de los cuales coincidía con la de las gemelas Chen. Pero el hallazgo más escalofriante fue una cabeza de Mickey Mouse de plástico, parcialmente enterrada junto a los huesos. El detective Mikel Rodríguez, un especialista en casos fríos que había revisado el caso de las gemelas años antes, fue notificado de inmediato. El macabro hallazgo, con la presencia del icónico personaje, lo hizo conectar los puntos que la investigación original nunca pudo.

El análisis forense, utilizando la tecnología de ADN que no existía en 1985, confirmó la peor pesadilla de Fernanda. Los restos pertenecían, sin lugar a dudas, a Mariana y Liliana Chen. El examen patológico reveló detalles perturbadores: las niñas habían sufrido trauma y abuso sexual antes de ser asesinadas. La cabeza de Mickey Mouse, un trofeo macabro, también fue analizada, revelando que era una pieza oficial de un disfraz de los años 80, lo que validó la teoría de que el perpetrador era un empleado de Disney.

La investigación se reabrió con urgencia, esta vez con pistas sólidas. El equipo de Rodríguez revisó los registros de empleados de Disney de 1985, buscando a alguien con acceso a disfraces y que tuviera un historial problemático. Encontraron un nombre que coincidía con el perfil: Robert “Bobby” Henderson, un hombre de 26 años que había trabajado como artista de personajes y había sido despedido abruptamente a finales de 1985. El rastro de Henderson se había enfriado, pero las bases de datos modernas y la persistencia de los detectives los llevaron a un lugar inesperado.

Después de meses de búsqueda, los investigadores encontraron a Henderson viviendo como un ermitaño en una caravana abandonada en el desierto de Moabe. Cuando la policía llegó, no opuso resistencia. Parecía un hombre mentalmente quebrado, consumido por décadas de paranoia y culpa. Durante el interrogatorio, Henderson confesó. Con detalles escalofriantes, describió cómo había atraído a las gemelas a una zona boscosa cerca del parque, donde las había agredido sexualmente y luego estrangulado. La cabeza de Mickey Mouse, el símbolo de la alegría que se había convertido en su herramienta de terror, había sido un trofeo.

La noticia de la confesión de Henderson fue un golpe devastador para Fernanda. La verdad, tan horrible como era, le dio el cierre que había anhelado durante 28 años. Henderson fue acusado de dos cargos de asesinato en primer grado y se declaró culpable, evitando un juicio público. En una audiencia de sentencia, Fernanda, con una fuerza que solo una madre puede tener, leyó una declaración de impacto de víctima de 15 minutos, describiendo los años de agonía que había soportado. Henderson, físicamente frágil y mentalmente ausente, escuchó en silencio.

El caso de las gemelas Chen, resuelto casi tres décadas después, se convirtió en una historia de perseverancia, de la inquebrantable fe de una madre y del triunfo de la justicia, por más tardía que fuera. Fernanda finalmente pudo darles a sus hijas un entierro apropiado. Sus cenizas fueron esparcidas en un jardín conmemorativo, un lugar de paz después de una vida de dolor. Fernanda dedicó el resto de sus días a crear una fundación para ayudar a otras familias de niños desaparecidos, utilizando su propia experiencia para abogar por mejores protocolos de investigación. Aunque la pérdida nunca se curó, encontró un nuevo propósito en la vida, asegurándose de que la tragedia de sus hijas no fuera en vano.

El caso de las gemelas Chen es un recordatorio de que incluso en los lugares más felices, la oscuridad puede acechar. Y que el amor de una madre, una fuerza tan poderosa como cualquier magia, puede desenterrar la verdad, no importa cuán profundo esté enterrada. Es una historia de terror y, en última instancia, de esperanza.