Durante más de cuatro décadas, el Golden State Killer fue la encarnación del miedo en California. Un criminal meticuloso, invisible, capaz de infiltrarse en vecindarios enteros y desaparecer sin dejar rastro. Sus crímenes —12 asesinatos, más de 50 violaciones y alrededor de 100 robos— no solo destruyeron familias, sino que convirtieron barrios enteros en fortalezas cerradas, donde la gente dejó de confiar en la tranquilidad de su propia casa.

Joseph James D’Angelo, el hombre detrás de tantos nombres —el “Visalia Ransacker”, el “East Area Rapist”, el “Original Night Stalker”— vivía en 2018 como un jubilado común en Rancho Cordova. Ex policía y mecánico, mantenía un jardín cuidado, desayunaba tranquilo con el periódico y compartía momentos con su nieta. Nadie sospechaba que aquel anciano silencioso había sido el monstruo que aterrorizó al estado durante los años setenta y ochenta.

La historia comenzó en Visalia, en 1974. Lo que primero parecían robos menores pronto mostró un patrón inquietante: un ladrón que acechaba los mismos vecindarios, que regresaba una y otra vez, como si estudiara a sus víctimas. En septiembre de 1975, la violencia escaló: el profesor Claude Snelling fue asesinado mientras intentaba salvar a su hija de ser secuestrada.

El rastro del asesino se desvaneció poco después, pero en realidad solo se había trasladado al norte, a Sacramento, donde comenzó una ola de ataques sexuales que sembraron un pánico generalizado.

Las víctimas describían a un hombre enmascarado, metódico, que parecía conocer sus rutinas con una precisión aterradora. Entraba en las casas de noche, ataba a sus víctimas, las sometía durante horas y, muchas veces, volvía a llamar por teléfono semanas después, como si disfrutara reavivando el trauma. La prensa lo bautizó como el East Area Rapist. La policía creó un grupo especial para atraparlo, pero siempre parecía ir un paso adelante.

A finales de los setenta, los ataques se extendieron a otras ciudades de California y se transformaron en asesinatos brutales. Fue entonces cuando nació el apodo que quedaría grabado en la memoria colectiva: el Golden State Killer.

Por años, la investigación fue un laberinto sin salida. Cientos de pistas, miles de horas de entrevistas, pruebas de ADN que se guardaban en archivos polvorientos. El tiempo pasaba y las víctimas seguían sin respuestas. Pero un detective, Paul Holes, se negó a rendirse. Durante décadas revisó cada pista, cada archivo, convencido de que un día la ciencia ofrecería la clave.

Ese momento llegó en 2018. Una nueva técnica llamada genealogía genética permitió comparar ADN de escenas del crimen con bases de datos públicas creadas por personas que buscaban conocer su árbol genealógico. El ADN del asesino coincidió con familiares lejanos y, tras un complejo trabajo de genealogía, el nombre de Joseph James D’Angelo apareció como el principal sospechoso.

Solo faltaba confirmarlo. Los investigadores siguieron a D’Angelo durante días, esperando una oportunidad. Finalmente, lograron recuperar tejidos desechados en su basura. Ese simple gesto cotidiano fue suficiente: la prueba de ADN confirmó que el anciano tranquilo era, en realidad, el monstruo que habían buscado por 40 años.

El 24 de abril de 2018, la policía rodeó su casa al amanecer. D’Angelo estaba en su jardín cuando lo arrestaron sin resistencia. Los vecinos miraban incrédulos: aquel hombre reservado, que parecía un jubilado más, resultó ser uno de los criminales más prolíficos de la historia de Estados Unidos.

La captura provocó un terremoto emocional. Para los sobrevivientes y las familias de las víctimas, la noticia trajo alivio, pero también dolor: la justicia llegaba demasiado tarde para quienes habían muerto esperando respuestas. Para los investigadores, fue el cierre de una de las persecuciones más largas y frustrantes de la historia criminal estadounidense.

La historia del Golden State Killer no es solo la de un criminal capturado. Es también la prueba de cómo la perseverancia, la ciencia y el trabajo incansable de policías y ciudadanos pueden derribar hasta el muro más impenetrable. D’Angelo logró ocultar su identidad durante más de 40 años, pero finalmente un detalle tan simple como un pedazo de basura lo traicionó.

Hoy, el nombre de Joseph James D’Angelo quedará marcado como uno de los más oscuros de la historia de California. Pero también quedará el recuerdo de que incluso los fantasmas más elusivos terminan cayendo, tarde o temprano, bajo el peso de la verdad.