La desaparición de la patrullera estatal Sandra Lynn Donnelly en octubre de 1991 marcó un antes y un después en Boston. Con tan solo 26 años, una carrera impecable en la Policía Estatal de Massachusetts y un futuro prometedor, aquella noche simplemente no se presentó a su turno de servicio. Su coche estaba en el estacionamiento de su apartamento, pero ella nunca más fue vista. Durante años, familiares, colegas y amigos vivieron con la angustia de no tener respuestas.
Cuatro años más tarde, un hallazgo en apariencia rutinario cambiaría todo. En marzo de 1995, trabajadores de un desguace en Revere separaban vehículos compactados cuando un detalle inquietante detuvo la operación: huesos humanos asomaban entre el metal aplastado de un Buick azul. Al inspeccionarlo, se distinguían jirones de un uniforme y una placa aún adherida. El número de identificación correspondía a la patrullera Sandra Donnelly, desaparecida desde 1991.
El rastro del Buick robado
El vehículo en cuestión, un Buick Regal de 1987, pertenecía a Richard Anthony Kesler, un hombre de Boston que lo había reportado como robado el 16 de octubre de 1991, apenas un día después de la desaparición de la oficial. El coche había permanecido meses en el lote antes de ser compactado.
Los investigadores pronto notaron la coincidencia inquietante: la desaparición de Sandra y el robo del Buick estaban separados por menos de 24 horas. La autopsia determinó que la joven oficial murió por traumatismos en el cráneo, lo que confirmaba que fue asesinada antes de que su cuerpo terminara dentro del vehículo.
Una llamada desde el hospital
El caso dio un giro inesperado cuando revisaron los registros telefónicos de Sandra. La noche de su desaparición recibió una llamada de tres minutos, exactamente a las 8:47 p.m., desde un teléfono público del estacionamiento del Boston General Hospital. Esa coincidencia encajaba con el lugar donde Kesler había reportado el robo de su coche.
Los investigadores descubrieron que meses antes, en julio de 1991, Sandra había acudido a ese mismo hospital para investigar un atropello en el estacionamiento. Allí tomó declaraciones de empleados, médicos y personal de seguridad. A partir de entonces, rumores internos señalaban que alguien se interesó en ella más allá de lo profesional.
La conexión con el personal del hospital
Entrevistas posteriores revelaron que Sandra había hecho un seguimiento de aquel caso, incluso recibiendo llamadas en su domicilio. Su número personal, normalmente protegido, parecía haber circulado entre algunos empleados del hospital. Un nombre emergió entre las sospechas: el doctor Kenneth Hullbrook, quien admitió haber hablado con ella en varias ocasiones. Al ser confrontado con la evidencia de la llamada hecha la noche de su desaparición, desde el mismo hospital, se mostró nervioso y pidió la presencia de un abogado.
¿Víctima o perpetrador?
Mientras tanto, Richard Kesler, dueño del Buick, insistía en su inocencia. Las autoridades confirmaron que había reportado el robo de su coche de manera creíble y que no existían antecedentes que lo vincularan directamente con Donnelly. Su reacción al enterarse de que el cuerpo de la oficial había estado en su coche durante cuatro años fue de genuino desconcierto. Sin embargo, los investigadores no descartaban la posibilidad de que su vehículo fuera utilizado deliberadamente como parte de un plan para ocultar el crimen.
Una investigación inconclusa
El hallazgo en el desguace permitió reabrir el caso y sacar a la luz pistas que habían permanecido ocultas. Testimonios de empleados, registros hospitalarios y la misteriosa llamada telefónica apuntaban a que Sandra Donnelly no fue víctima de un ataque aleatorio. Alguien la contactó intencionalmente, utilizando su uniforme como pretexto para hacerla salir de casa, y luego la condujo hacia una trampa mortal.
A más de tres décadas de su desaparición, la historia de Sandra sigue estremeciendo a Boston. La joven patrullera, dedicada y respetada, fue víctima de un homicidio cuidadosamente encubierto. El Buick aplastado que ocultó su cuerpo durante años simboliza no solo un crimen brutal, sino también la negligencia y el misterio que rodearon su caso.
Aunque se han identificado sospechosos, las respuestas definitivas aún no han llegado. Lo que sí permanece es la memoria de una oficial que sirvió con honor y la promesa de que su verdad, tarde o temprano, saldrá a la luz.
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