En la Navidad de 2011, Aaron Caldwell y Mark Hanlin emprendieron lo que parecía un viaje perfecto: una escapada romántica a una cabaña alquilada en las Montañas Bitterroot, en Montana. Tenían 28 años, acababan de comprometerse y buscaban un descanso de sus trabajos y de la vida acelerada. El 24 de diciembre enviaron la última foto que sus familias recibirían de ellos: dos tazas de chocolate caliente en la mano, suéteres con copos de nieve y un pequeño árbol brillando en el fondo. Un retrato navideño idílico.

Dos días más tarde, la cabaña fue encontrada en condiciones inquietantes. La chimenea seguía encendida, las luces del árbol parpadeaban, los regalos aún estaban bajo las ramas y dos tazas de café frías descansaban sobre la mesa. Sus pertenencias estaban intactas: abrigos, botas, teléfonos, llaves y billeteras. Nadie supo explicar qué había pasado. No había huellas en la nieve ni señales de lucha. Era como si Aaron y Mark hubieran salido un momento y se hubieran desvanecido en el aire helado.

La investigación inicial no arrojó resultados. Tras semanas de búsqueda con perros, motos de nieve y helicópteros, las autoridades concluyeron que probablemente habían sufrido un accidente o se habían extraviado. El caso se enfrió, y la cabaña volvió a ser alquilada como si nada hubiera ocurrido. Durante doce años, las familias de la pareja cargaron con el dolor de no tener respuestas.

Todo cambió en agosto de 2023. Un incendio forestal arrasó la zona, reduciendo la cabaña a cenizas. Al remover los escombros, los equipos de rescate encontraron un descubrimiento escalofriante: un sótano oculto bajo el suelo, hasta entonces desconocido. Cerca de la entrada apareció un diario chamuscado con apuntes que dejaron a los investigadores helados.

Las notas, escritas con letra apresurada y angustiosa, hablaban de “un joven matrimonio celebrando Navidad” y advertían: “El sótano debe permanecer sellado. No contacto. Ellos oyen los ruidos. Fingir que es el viento.”

Los escritos parecían observaciones, como si alguien hubiera estado vigilando a Aaron y Mark desde las profundidades de la cabaña. Una de las últimas entradas, fechada el 28 de diciembre de 2011 —un día después de su desaparición— decía: “Encontraron la puerta. No hay más tiempo.” Esa fue la última frase completa en el diario.

El hallazgo no quedó ahí. En el sótano también aparecieron polaroids que mostraban a la pareja dentro de la cabaña, fotografiados desde las grietas del suelo. En otras imágenes se veía la sombra de una figura desconocida en los reflejos de la chimenea. La conclusión era clara: alguien había estado allí, viviendo bajo ellos, documentando cada movimiento sin ser visto.

El caso, antes olvidado, explotó en los medios. Pronto salieron a la luz más descubrimientos: un segundo cuaderno escondido en una lata metálica, con notas que sugerían que no era la única cabaña vigilada. Fechas y números parecían llevar un registro de otras desapariciones desde 2004. Coincidían con al menos tres casos sin resolver en la región.

El hallazgo de más refugios ocultos en la zona confirmó lo peor: el autor de esos diarios, apodado “el guardián”, llevaba años operando en las montañas. Los sótanos contenían provisiones, baterías, cámaras y más fotografías de turistas, familias y cazadores. En uno de ellos, los investigadores encontraron incluso imágenes recientes, tomadas en 2023, en las que aparecía el propio equipo de bomberos que combatió el incendio. Eso significaba que el vigilante —o los vigilantes, ya que en algunos pasajes se hablaba en plural— seguía activo.

El FBI intervino, describiendo al guardián como un depredador calculador que utilizaba la soledad de las cabañas de montaña como terreno de caza. No era improvisación, sino un patrón planificado durante años, quizá décadas. Los polaroids clavados en las paredes de los refugios mostraban decenas de rostros, algunos identificados como desaparecidos, otros jamás reportados. Nadie sabe quiénes eran todos, ni cuántos más podrían faltar en ese macabro registro.

Para las familias de Aaron y Mark, cada nuevo hallazgo es un golpe doloroso. Después de doce años de incertidumbre, no recibieron el alivio de respuestas, sino la angustia de saber que no fueron los únicos. Como dijo la madre de Aaron en una conferencia de prensa: “Queríamos respuestas sobre nuestros hijos, y ahora descubrimos que podría haber muchas más familias como la nuestra.”

El misterio de la cabaña en Montana ya no es un caso aislado. Es una red de desapariciones, vigilancias y refugios ocultos que pinta un retrato aterrador: alguien o varios alguienes han estado acechando en silencio durante años, sin ser detectados, dejando tras de sí solo diarios frenéticos y fotos robadas. El guardián sigue siendo una sombra, invisible pero presente, en los bosques de Montana. Y lo más inquietante es que el caso, lejos de cerrarse, apenas comienza.