La desaparición de Sarah Mitchell, de 24 años, ha sacudido a su familia y a toda una comunidad que, a casi medio año de los hechos, sigue sin respuestas claras. Lo que comenzó como una simple rutina nocturna terminó convirtiéndose en uno de los misterios más inquietantes de 2025.

Sarah era una joven trabajadora que equilibraba su primer empleo de tiempo completo con clases nocturnas. Muy cercana a su hermana Emma, tenía la costumbre de enviarle mensajes cuando conducía sola de noche. Esa noche del 6 de abril, al salir del departamento de su amiga Maya poco después de las 11:00 p.m., repitió el ritual: envió un “saliendo ahora” y compartió su ubicación en vivo por WhatsApp.

Por los primeros minutos todo parecía normal. Emma observaba el pequeño punto azul avanzar en el mapa mientras leía en la cama. Pero a las 11:19, la señal se detuvo. A las 11:25 desapareció por completo. Emma intentó llamarla, sin éxito. A medianoche, preocupada, recorrió ella misma el trayecto hasta la casa de Sarah. El coche no estaba en la entrada y su hermana nunca llegó.

Al amanecer, un trabajador de mantenimiento halló algo extraño: el iPhone de Sarah colocado con cuidado sobre la baranda de un viejo puente de dos carriles. La pantalla estaba agrietada pero seguía encendida, mostrando la última conversación con Emma. Los investigadores lo interpretaron como una escena deliberada. El teléfono no parecía caído al azar: estaba apoyado, como si alguien lo hubiera puesto allí.

El hallazgo del celular cambió todo. La policía buscó el coche por cámaras de tráfico, hospitales y depósitos de remolque, pero el pequeño hatchback blanco había desaparecido. No había huellas de derrape, ni rastro de accidente. Las cámaras lo mostraron a las 11:16 en un cruce, pero nunca apareció saliendo del otro extremo del puente. Como si hubiera desaparecido en un tramo de carretera de apenas un kilómetro.

La búsqueda se intensificó: drones, perros de rastreo, buzos y voluntarios recorrieron ríos y caminos rurales. Nada. El caso comenzó a rodearse de rumores. Algunos hablaban de la leyenda del “puente embrujado”, donde conductores aseguraban haber visto autos desaparecer. Otros decían haber escuchado voces en la zona semanas antes. Nada fue confirmado, pero la tensión crecía.

Seis semanas después, el primer gran avance: dos pescadores encontraron un coche semihundido en un pantano, oculto bajo ramas. Era el hatchback blanco de Sarah. Dentro estaba su bolso con todo intacto: tarjetas, efectivo, llaves. El asiento del conductor estaba más atrás de lo normal, como si alguien más alto hubiera manejado. Y un detalle heló la sangre de los investigadores: la luz interior del coche había sido desatornillada para que no se encendiera al abrir la puerta.

El hallazgo, lejos de aclarar el caso, lo hizo más extraño. Si hubiera sido un accidente, ¿por qué el celular estaba cuidadosamente colocado en un puente kilómetros atrás? Si hubiera sido un robo, ¿por qué el dinero y las pertenencias seguían en el bolso? La hipótesis de una desaparición voluntaria tampoco encajaba: Sarah había dejado su agenda laboral y su casa en orden, sin signos de querer huir.

Los investigadores concluyeron que alguien había planeado la escena. El teléfono en el puente, el coche en el pantano, todo parecía diseñado para confundir. El vehículo había sido conducido deliberadamente hasta el lugar y oculto con ramas, como un intento de ganar tiempo. La mezcla de suelos en las llantas sugería que había pasado por distintos terrenos antes de ser abandonado.

Para la familia, el hallazgo fue devastador. Su hermana Emma no dejaba de ver el mapa detenido a las 11:19, la última huella digital de Sarah. Su madre seguía enviándole mensajes de texto, aferrándose a la esperanza imposible de que algún día fueran leídos. La comunidad levantó velas y flores en el puente, convertida ya en un símbolo de lo inexplicable.

Hoy, el caso de Sarah Mitchell sigue abierto. Los investigadores reconocen que cada pista parece más un desafío que una respuesta. “No fue casualidad”, admitió uno de ellos. “Alguien quería que encontráramos el teléfono, luego el coche. Pero no a ella.”

Lo cierto es que Sarah salió de la casa de su amiga aquella noche con destino a su hogar. Compartió su ubicación. A las 11:25, todo se apagó. Su teléfono apareció sobre un puente, su coche en un pantano… y de ella, ni una sola pista. Una desaparición que no solo dejó preguntas sin resolver, sino también una comunidad entera atrapada en el eco de un misterio que se niega a desaparecer.