David nació en una familia cristiana amorosa, donde cada domingo se reunían para orar y asistir a la iglesia. Desde pequeño, absorbió las enseñanzas de sus padres sobre Dios y la vida en fe. Sin embargo, al crecer, decidió seguir un camino propio: fiestas, aventuras y relaciones efímeras marcaron sus años de juventud. Sus padres, preocupados, lo instaban a reconsiderar su rumbo y pensar en dedicarse a la vida espiritual, incluso sugiriéndole que se convirtiera en pastor. Pero David, con un espíritu rebelde, se resistía: “Esa no es mi vida”, respondía, buscando escapar de cualquier responsabilidad.

Un día, su madre, con lágrimas en los ojos, lo confrontó: “David, te amo tanto que no sé qué será de ti si no cambias. No puedo soportar verte desperdiciar tu vida”. Esas palabras sacudieron a David. El amor de su madre y la posibilidad de perderla lo hicieron reflexionar sobre sus decisiones. Así, por primera vez, David consideró que debía cambiar, no solo por él, sino también por su familia. Con renuencia, aceptó dar su vida a Dios y comenzar su ministerio. Sus padres respiraron aliviados.

David abrió su iglesia y, al principio, todo parecía prometedor. La comunidad lo escuchaba hablar de amor, bondad y fe, y él se sentía realizado. Sus padres estaban orgullosos y él, feliz de ver crecer su congregación. Pero la tranquilidad no duró: un nuevo pastor, Jerry, abrió una iglesia cercana. Las multitudes acudían a él atraídas por los milagros que parecía realizar. Personas de la iglesia de David comenzaron a ir a la de Jerry, fascinadas por curaciones y bendiciones visibles. Los bancos que antes se llenaban, ahora permanecían vacíos, y David se sintió abatido.

La presión creció cuando una mujer que había sido miembro le dijo sin rodeos: “Tu iglesia es solo palabras vacías. Si no hay milagros, la gente no vendrá”. El corazón de David se llenó de dudas. Esa noche, abatido, caminaba por las calles cuando un anciano misterioso apareció. Le ofreció un camino para obtener poderes milagrosos… poderes que no provenían de Dios. La tentación era fuerte, pero ir en contra de sus principios era impensable. David decidió que nunca usaría fuerzas oscuras y que continuaría guiando a su congregación con amor y fe genuina.

Al día siguiente, decidió buscar consejo directamente con Pastor Jerry, con la esperanza de aprender y comprender cómo atraer a la gente sin comprometer su integridad. Su historia, marcada por la lucha entre milagros visibles y fe verdadera, muestra la batalla constante entre la tentación, la convicción y la perseverancia en la vida espiritual. David representa a todos aquellos que buscan un camino de integridad, incluso cuando los resultados no son inmediatos ni espectaculares. Su viaje aún continúa, lleno de desafíos, decisiones y oportunidades para demostrar que la fe verdadera se construye con amor, paciencia y dedicación sincera.