En un pintoresco pueblo a orillas de un río, floreció una amistad inquebrantable entre dos jóvenes llamadas Lami y Adah. Desde que eran niñas, sus vidas se entrelazaron en cada momento, compartiendo risas, secretos y sueños. Lami era conocida por su ingenio y astucia, siempre lista para resolver cualquier dilema. Adah, por otro lado, era un faro de bondad, con un corazón dulce y una belleza que iluminaba cada lugar al que iba. Su lazo era tan fuerte que el pueblo entero las veía como una sola alma.

Pero el destino, como un tejedor silencioso, comenzó a cambiar el patrón de sus vidas. La belleza de Adah capturó la mirada del joven y respetado Rey Obi, y pronto él le pidió su mano en matrimonio. La noticia llenó a todo el pueblo de alegría, pero en el corazón de Lami, una sombra de envidia comenzó a crecer. Aunque se obligaba a sonreír y a fingir felicidad por su amiga, una amarga sensación la consumía al ver a Adah en sus vestiduras reales, riendo con el rey, con la vida que Lami siempre había soñado.

La envidia de Lami se convirtió en un veneno que corrompió su corazón. No podía soportar la felicidad de Adah y comenzó a evitarla, inventando excusas para no verla. Una noche, un pensamiento oscuro y siniestro se apoderó de su mente: si Adah desapareciera, ella podría tomar su lugar como reina. La idea se arraigó y la llevó a buscar a una poderosa hechicera que vivía en lo profundo del bosque, famosa por conceder deseos a un precio terrible. Sin dudar, Lami ofreció lo que fuera necesario para obtener una poción que convertiría a su amiga en un ser inofensivo.

Con el frasco en sus manos, Lami regresó al pueblo y esperó el momento perfecto. Cuando Adah la visitó, Lami le ofreció una bebida “especial”, una mezcla que, según ella, le daría fuerza y felicidad. Sin sospechar nada, Adah bebió. La transformación fue instantánea. Ante los ojos de una horrorizada Lami, Adah se convirtió en un pequeño pez dorado. Lami la arrojó al río, creyendo que así su amiga se desvanecería de la memoria de todos.

La desaparición de Adah sumió al palacio y al pueblo en la confusión. El Rey Obi, con el corazón roto, envió a sus guardias a buscarla, pero fue en vano. Los días se convirtieron en semanas, y el dolor del rey se manifestaba en sus sueños, donde Adah, ahora una voz que resonaba en la orilla del río, le pedía ayuda. Mientras tanto, Lami, con una falsa amabilidad, intentó consolar al rey, sus palabras melosas disfrazando su verdadera intención: ganar su corazón. Pero el corazón de Obi permaneció cerrado.

Desesperada por el fracaso de su plan, Lami regresó a la hechicera. Quería una nueva poción, un hechizo que obligaría al Rey Obi a amarla. La hechicera, con una sonrisa maliciosa, le advirtió sobre el alto precio: la esterilidad. El deseo de ser reina era tan grande que Lami, a pesar de soñar con ser madre, aceptó el trato sin vacilar. La hechicera le entregó un vial de líquido rojo, un potente encanto de amor, que Lami vertió en la comida del rey.

El hechizo funcionó. El Rey Obi, ahora bajo el control del encanto, anunció su matrimonio con Lami. El pueblo, conmocionado, susurraba preguntas. ¿Cómo podía el rey casarse con la mejor amiga de Adah tan pronto después de su desaparición? ¿Cómo podía Adah ser reemplazada? Lami, ahora reina, se pavoneaba con orgullo por el palacio, bañada en lujos y joyas. Pero la victoria tenía un sabor amargo. Una sombra de inquietud la seguía, un recordatorio silencioso de su traición.

Mientras tanto, a la orilla del río, el pez dorado nadaba sin descanso. Una viuda pobre llamada Naika y su hija Cassie, luchando contra la miseria, encontraron al pez en su jarra de agua. Naika, al reconocer al legendario pez dorado, creyó que era la respuesta a sus oraciones. Si lo vendían, la riqueza sería suya. Pero Cassie, con un corazón lleno de inocencia y bondad, sintió algo inusual. El pez no era una criatura común; sus ojos contenían una profunda tristeza. Esa noche, el pez le habló, revelándole su identidad como Adah, la reina maldita, pidiendo su ayuda para recuperar su forma humana.

Cassie, atormentada por el secreto, intentó convencer a su madre de que no vendiera al pez, una decisión que casi les cuesta la vida cuando unos comerciantes enfurecidos, decididos a robar el pez, decidieron atacarlas. Gracias a la bondad de uno de los comerciantes, que les advirtió del peligro, Naika y Cassie huyeron hacia el bosque. En su huida, una anciana apareció, revelándose como una mensajera de los dioses. Ella les ofreció la solución para romper el hechizo: una rara hierba y una condición: el rey debía ver a Adah en un plazo de siete días.

Determinadas a ayudar a Adah, Naika y Cassie emprendieron el peligroso viaje de regreso al pueblo. El palacio se sentía diferente, con un aire de tensión y miedo, resultado del cruel reinado de Lami. Cuando las guardias del rey las detuvieron en la entrada, Lami, sintiendo una amenaza, las hizo entrar. Se pararon frente a Lami, quienes estaban sentadas en su trono dorado, sin saber el destino que les esperaba.