William Lancaster, un joven millonario conocido por su arrogancia y su vida de lujos, se encontraba en una encrucijada emocional. En sus manos, sostenía una invitación de boda, no de cualquier boda, sino de la de su ex-prometida, la misma mujer que lo había abandonado sin piedad para unirse a otro hombre. Su nombre, Olivia. La invitación no era más que una provocación, una forma de restregarle su felicidad en la cara. Pero William no era de los que se rinden. Su respuesta no sería con palabras, sino con un golpe de efecto, una jugada magistral que dejaría a Olivia arrepintiéndose.
En ese momento, su amigo, Damon Carter, le sugirió una idea: “Ve, pero no solo. Llévala a alguien que demuestre que ya la has superado”. La idea le pareció excelente. Sin embargo, no podía ser cualquier mujer. Tenía que ser alguien que causara un impacto, alguien que dejara a Olivia con la intriga de por vida.
Con esa idea en mente, se fue del trabajo, pensando. Entonces, frente a un restaurante, una escena captó su atención: una joven, con ropas sucias y desgastadas, sentada en la acera. A pesar de su apariencia desaliñada, su rostro era hermoso, y en sus ojos no había súplica, sino una mirada desafiante y llena de orgullo. Impulsivamente, William se acercó y le ofreció dinero. Pero la respuesta de la joven fue sarcástica y perspicaz. “¿Es esto un experimento social?”, le preguntó, con una media sonrisa en los labios, como si pudiera leer su mente.
William, acostumbrado a que todos se rindieran a sus pies, se sintió intrigado. Le hizo una propuesta audaz: “Acompáñame a un evento y te pagaré lo suficiente para que tu vida cambie”. La joven, que se identificó como Isabella, se rió y lo acusó de querer usarla como un simple adorno. Pero a pesar del tono cínico de ambos, ella aceptó, no por el dinero, sino por la curiosidad de ver hasta dónde llegaría un hombre como William.
El camino en el auto fue revelador. Isabella, con una calma impresionante, no se inmutó por el lujo del vehículo ni por la propuesta. Era como si ya estuviera acostumbrada a ese mundo, a ese tipo de juego. Y lo que más le intrigó a William fue que ella parecía entender su motivo. “Tienes esa mirada”, le dijo, “la de un hombre que busca venganza”. William sintió un escalofrío. Esta mujer no era solo una indigente, era alguien que podía ver a través de él.
Al llegar a un salón de belleza de alta gama, William le ordenó a un equipo de estilistas que la transformaran por completo. Mientras la ponían en la silla, le dio una última oportunidad para que se echara para atrás. Pero ella, con una calma asombrosa, le confesó: “He estado en este mundo antes”. Esas palabras dejaron a William atónito, pero no tuvo tiempo de preguntar más, ya que los estilistas lo llevaron a la sala de espera.
Tras unas horas de espera, el equipo de estilistas le llamó a William para que fuera a ver el resultado. Lo que vio lo dejó sin aliento. La mujer que había encontrado en la calle ahora lucía deslumbrante, con un vestido elegante que acentuaba su figura, un peinado perfecto y un maquillaje impecable. Pero lo más sorprendente era su expresión. No estaba impresionada ni asustada. Simplemente se miraba al espejo como si fuera algo cotidiano. “¿No estás sorprendida?”, le preguntó William. Ella le respondió con una misteriosa sonrisa: “Porque no lo estoy”.
La noche de la boda, William e Isabella llegaron en un auto de lujo. Las miradas se posaron sobre ella, preguntándose quién era la mujer misteriosa que lo acompañaba. Pero ella no se inmutó. En el salón de banquetes, la atmósfera era de ensueño, pero para William, la única meta era encontrar a Olivia. Cuando la vio, luciendo un vestido de novia espectacular, la tensión entre los dos fue instantánea. Con una sonrisa calculada, William se acercó a ella, y antes de que pudiera decir una palabra, Isabella se presentó con una confianza que dejó a todos atónitos.
En medio de una conversación incómoda, Isabella soltó la bomba. Habló de su propio compromiso fallido y de cómo su prometido la había abandonado porque no era lo suficientemente buena para su familia. William se congeló. Isabella, con esa frase, le estaba mandando un mensaje directo a Olivia, revelando que en ese mundo no todo era lo que parecía. La tensión creció. William no pudo evitar sentirse intrigado por el juego de la enigmática mujer. La invitó a bailar y se alejaron, dejando a una confundida Olivia atrás.
Mientras bailaban, William la confrontó. “Lo hiciste a propósito”, le dijo. Ella, con una sonrisa enigmática, le respondió que solo estaba divirtiéndose. La seguridad con la que se movía y hablaba, su conocimiento del mundo de la alta sociedad, no era algo que pudiera fingir. William se sentía cada vez más confundido, y al mismo tiempo, fascinado.
La noche continuó, e Isabella se mezcló con los invitados de la alta sociedad, incluyendo a inversores y magnates. Con una elocuencia impresionante, habló de negocios y finanzas, dejando a todos sorprendidos. Su naturalidad era tan convincente que nadie dudó de ella.
Sin embargo, cuando Olivia volvió a acercarse a ellos, la tensión se volvió a encender. “¿Quién eres?”, le preguntó, visiblemente desestabilizada. Isabella, sin perder la calma, respondió con una sonrisa, “Creo que es más divertido si eso sigue siendo un misterio”. La escena era perfecta, el plan de William funcionaba a la perfección.
Pero la curiosidad de Olivia era más fuerte. Cuando se quedó a solas con William en un balcón, le preguntó sin rodeos de dónde había salido Isabella. William dudó, y ese instante de silencio fue suficiente para que Olivia armara el rompecabezas. “¡Dios mío!”, susurró. “La encontraste en la calle, ¿no?”. William no lo confirmó, pero tampoco lo negó.
Mientras tanto, en la pista de baile, Olivia se acercó a Isabella, tratando de desentrañar el misterio. “¿Quién crees que soy?”, le preguntó Isabella, manteniendo la calma. Olivia le dijo que lo averiguaría, y con una sonrisa, se alejó.
De camino a casa, William no pudo contener su curiosidad. “¿Quién eres, Isabella?”. Ella se limitó a responderle que era la mujer que había elegido para su venganza. Pero él sabía que había algo más. “Te investigué”, le reveló al llegar a su hotel. “No existes. Es como si hubieras borrado tu propia vida”. Ella, con una media sonrisa, le dijo que a veces, es más seguro desaparecer.
A la mañana siguiente, el investigador de William lo llamó con noticias sorprendentes. Isabella no era una simple indigente, sino la hija de Richard Deo, un magnate de la construcción que había perdido todo debido a un escándalo de malversación. Y la persona detrás de esa traición no era otra que Olivia Harrington. William sintió que el mundo se le venía encima. No solo había contratado a una mujer para vengarse de su ex, sino que esa mujer también tenía una cuenta personal que saldar.
William regresó a su oficina y no pudo concentrarse. La imagen de Isabella, su vulnerabilidad y su coraje, no salían de su mente. Sabía que tenía que volver a verla. Tenía que escuchar la historia de su propia boca. Al llegar al hotel, la encontró con el rostro cansado, pero con la misma postura inquebrantable. William le preguntó, sin rodeos, si era cierto que Olivia había arruinado a su familia. Ella, con los ojos fijos en la ciudad, le contó una historia desgarradora. Su padre, un hombre honorable, había confiado en Olivia, quien lo manipuló para poner su nombre en transacciones ilegales. Cuando el escándalo estalló, su padre lo perdió todo y, poco después, falleció. Y su madre, enferma y sin poder resistir el dolor, también se fue.
William, al escuchar la historia, sintió una rabia indescriptible. No podía creer que la mujer con la que había estado a punto de casarse fuera capaz de una maldad así. Le ofreció su apoyo, pero ella, con una amarga sonrisa, se negó. “No necesito un salvador”, le dijo. Sin embargo, William, movido por un sentimiento que no podía explicar, le dijo que no la dejaría sola. “Estaré a tu lado”, le aseguró.
Esa noche, William recibió otra llamada de su investigador. Olivia ya había descubierto la identidad de Isabella y estaba tratando de desenterrar información sobre ella. Él sintió que la situación se estaba complicando, pero no había marcha atrás. A la mañana siguiente, la encontró en el balcón del hotel, con el rostro triste y cansado. Se agachó, la miró a los ojos, y sin dudarlo, la abrazó. En ese momento, no hubo necesidad de palabras. El silencio entre ellos decía más que cualquier conversación. Él, con su tacto, le mostró que no la dejaría sola. Y ella, al no resistirse, le hizo saber que lo aceptaba. Los dos sabían que el juego de la venganza había terminado. Ahora, solo eran dos almas con una misma meta: hacer que Olivia pague por su traición, sin importar el precio.
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