Nadie en aquel frío amanecer imaginó que la mujer con el cubo rojo de limpieza cambiaría el pulso de un cuartel militar entero. Eran las 5:30 de la mañana, el aire impregnado de café rancio y pasillos húmedos. Cassia Rock, con un simple tank top, pantalones cargo gastados y botas desgastadas, caminaba sin prisa, arrastrando su cubo como cualquier trabajadora de limpieza. Los oficiales apenas le prestaban atención, algunos incluso se burlaban de ella. Para todos era invisible.

Pero lo invisible se volvió amenaza. Frente a la sala de reuniones Omega, donde se desarrollaba una misión clasificada, Cassia se detuvo. Apenas un segundo bastó para que notara un error mortal en el plan de evacuación proyectado en los mapas tácticos. Lo que para los oficiales era información confidencial, para ella era un déjà vu: una emboscada que ya había visto en carne propia.

Un detalle hizo que todo se tensara. Un técnico dejó caer un pesado maletín; Cassia reaccionó como un soldado entrenado, deteniendo la caída con movimientos perfectos. Nadie en esa sala podía ocultar la sorpresa. El general Stratton entró poco después y, lejos de ordenar su expulsión inmediata, decidió observar. Algo en aquella mujer le resultaba inquietantemente familiar.

La tensión escaló cuando un capitán, entre risas y desprecio, la desafió a opinar sobre la ruta de evacuación. Cassia habló con calma, pero sus palabras desnudaron el error que nadie más había visto. El silencio fue total. El general, acostumbrado a no ser contradicho, confirmó: “Correcto”. En ese instante, la limpiadora anónima dejó de ser un simple rostro en la sombra.

Lo que siguió marcó un antes y un después. Stratton ordenó activar un protocolo inexistente en manuales oficiales: “Vanguard 7”. Nadie entendió qué significaba, excepto Cassia. Su cuerpo reaccionó al instante, firme, erguido, como si hubiera sido entrenada para obedecer esa orden. Los demás oficiales fueron expulsados de la sala; solo quedaron Stratton, Ashford y ella.

La verdad salió a la luz. Cassia no era una trabajadora común. Había pertenecido a Raven 09, una unidad secreta que oficialmente nunca existió, eliminada hace más de una década. Su nombre había sido borrado de todos los registros, incluso se había firmado su propia muerte. Pero allí estaba, de pie frente al general que en su momento firmó la orden de su desaparición.

Lo más inquietante aún estaba por revelarse. Cassia aseguró que Raven no había fallado: fue un experimento. Soldados moldeados, quebrados y reconstruidos para convertirse en armas humanas. Cuando demostraron que el proyecto funcionaba, los borraron de la faz de la tierra. Y ahora, alguien había reactivado esa vieja red.

Los registros mostraron algo imposible: una señal proveniente del Sektor 12, oficialmente abandonado, vinculada a Raven 08, compañera de Cassia, declarada muerta años atrás. La posibilidad de que estuviera viva —o de que alguien usara su identidad— encendió todas las alarmas.

Cassia, Stratton y Ashford iniciaron entonces una marcha hacia lo desconocido. Los pasillos olvidados del complejo los conducían hacia un lugar que olía a óxido y polvo, un lugar donde las sombras parecían observar. Allí, bajo la superficie, aguardaban las respuestas. ¿Era un fantasma del pasado? ¿Una trampa tendida? ¿O el inicio de algo aún más grande?

La historia de Cassia Rock no era la de una mujer que pasó desapercibida con un cubo de limpieza. Era la historia de alguien que volvió desde la oscuridad, de un secreto enterrado que nunca debió salir a la luz. Y, en el silencio de aquel cuartel, todos entendieron que lo que estaba a punto de despertar podía cambiarlo todo.